En una movida predecible y cada vez más desgastada, el régimen comunista de la República Popular China ha acelerado la venta de bonos del Tesoro de los Estados Unidos, intentando enviar un mensaje de fuerza en plena guerra arancelaria.
Lejos de impresionar a Washington, la maniobra confirma una vez más que Pekín no entiende las reglas del juego cuando no controla el tablero.
El presidente Donald Trump impuso esta semana aranceles del 104 por ciento sobre productos chinos. En respuesta, China no solo subió sus propios aranceles al 84 por ciento, sino que comenzó a reducir agresivamente sus tenencias de deuda norteamericana. A enero de 2025, estas se ubicaban en setecientos sesenta y un mil millones de dólares, marcando una caída continua que no se debe a estrategia, sino a debilidad encubierta.
Pero esta venta masiva no es un castigo para Estados Unidos: es un búmeran para China. Disminuir su participación en bonos estadounidenses implica aceptar pérdidas sobre sus propios activos y evidencia la creciente dependencia de Pekín en mercados que ya no controla. Los rendimientos del bono a diez años subieron al 4.35 por ciento, señal de que otros actores ya están ocupando el espacio abandonado por el dragón asiático.
El mensaje desde la Casa Blanca es claro: no habrá marcha atrás. La era del chantaje financiero comunista está terminando. Si China quiere sabotear la economía occidental, tendrá que pagar el precio. Y esta vez, nadie la va a rescatar.