La narrativa seductora del asistencialismo
Durante años, políticos y burócratas nos han vendido una idea tentadora: que la pobreza puede eliminarse simplemente entregando dinero en efectivo a quienes menos tienen. Desde Europa hasta América Latina, los programas de transferencias directas se presentan como el camino rápido hacia la “justicia social”. Pero esta narrativa, aunque popular, es profundamente engañosa.
La pobreza no se resuelve con billetes
La pobreza no es solo falta de dinero. Es consecuencia de un sistema que asfixia el emprendimiento, castiga la formalidad y perpetúa la mediocridad mediante regulaciones, impuestos abusivos y educación obsoleta. Repartir efectivo no resuelve ninguno de estos problemas estructurales, solo los maquilla.
Del subsidio al control político
Más aún: cuando el subsidio se convierte en ingreso estable y sin condiciones, desaparece el incentivo para trabajar, estudiar o emprender. Lo que debía ser una red de apoyo se transforma en una jaula de dependencia, clientelismo y control político.
Y lo peor: estos programas consumen miles de millones de los presupuestos públicos cada año sin generar productividad ni movilidad social. ¿Quién paga la factura? Siempre el contribuyente formal, mientras el asistido se convierte en rehén electoral.
La solución real: libertad económica
¿Queremos realmente erradicar la pobreza? Entonces dejemos de repartir billetes y empecemos a desmantelar las barreras que impiden a las personas crear su propio camino: menos impuestos, más libertad para emprender, educación técnica útil, y propiedad privada protegida.
La única política social que funciona es la libertad económica.