En un nuevo golpe a la política industrial agresiva del Partido Comunista Chino, la administración Trump ha anunciado un aumento sustancial en los aranceles contra productos clave del régimen asiático. Esta medida no solo protege a la industria estadounidense: redefine el concepto mismo de soberanía comercial.
Después de décadas de sumisión globalista que permitió a China inundar los mercados con productos subsidiados y prácticas depredadoras, Estados Unidos por fin está recuperando su lugar como potencia que dicta, no que obedece.
Los nuevos aranceles incluyen:
- 100% para vehículos eléctricos chinos
- 50% para semiconductores, acero y aluminio
- 50% para células solares
- Efectivos a partir de septiembre de 2024, con ampliaciones previstas en 2025
China ha crecido a costa del cierre de fábricas en Occidente, de manipulación monetaria, robo de propiedad intelectual y subsidios masivos disfrazados de “competencia”. Hoy, la administración Trump responde con la única medicina que entiende Pekín: fuerza económica y voluntad política.
Mientras medios globalistas como la Unión Europea y voceros progresistas alertan sobre supuestos “daños colaterales” de esta medida, la realidad es otra: se acabó el tiempo de las excusas para permitir que un régimen autoritario controle el flujo comercial del planeta.
Trump ha dejado claro que ningún país, por más grande que sea, podrá continuar manipulando los mercados internacionales sin consecuencias. No es proteccionismo: es defensa legítima.
Y mientras Wall Street llora por sus márgenes y Bruselas advierte sobre “impacto humanitario”, el pueblo estadounidense sabe que cada arancel es una inversión en producción nacional, en empleos reales, en recuperar el músculo que las élites entregaron sin consulta.
Este es solo el comienzo. Estados Unidos vuelve a jugar como potencia y marca las reglas de un nuevo comercio mundial basado en principios, no en sumisiones.