En el relato dominante impulsado por las élites globalistas y organismos como la ONU, la migración masiva es presentada como una virtud incuestionable. Sin embargo, más allá de las consignas humanitarias, existe una realidad concreta y medible: la migración desbordada tiene efectos negativos directos sobre la economía de los países receptores. Y no es una cuestión de ideología, sino de lógica económica elemental.
1. Presión a la baja sobre los salarios
Cuando miles o millones de personas llegan a un país en un corto periodo de tiempo buscando empleo, inevitablemente se incrementa la cantidad de trabajadores disponibles. Este aumento de la oferta laboral, especialmente en sectores de baja o media calificación, genera una competencia directa con los trabajadores nacionales. El resultado previsible es que los salarios tienden a bajar, ya que hay más personas dispuestas a trabajar por menos.
Esto afecta sobre todo a los trabajadores locales más vulnerables, que ven cómo se reduce su poder de negociación y sus ingresos reales. A menudo, los grandes beneficiarios de esta situación son las empresas que se aprovechan de una mano de obra más barata y menos regulada, mientras los ciudadanos de clase media y baja pagan el precio.
2. Carga fiscal sobre el Estado
Los migrantes no llegan a un país en el vacío. Utilizan servicios públicos como salud, educación, transporte, vivienda social y subsidios, desde el primer día. Si los recién llegados no contribuyen en la misma proporción al sistema tributario que lo que consumen en servicios, el Estado incurre en un déficit. Es decir, gasta más de lo que ingresa.
¿Y quién termina pagando ese desequilibrio? Tú. El ciudadano común. Ya sea con más impuestos, con deuda pública que pagarán las próximas generaciones o con un deterioro de los servicios públicos para todos.
3. Deterioro del ingreso per cápita
El ingreso per cápita es una forma de medir cuánto produce un país dividido entre su número de habitantes. Si la población crece rápidamente por migración, pero la economía no se expande al mismo ritmo, el resultado es claro: hay menos riqueza para repartir entre más personas. Y eso se traduce en un empobrecimiento general.
No se trata de rechazar al migrante individualmente, sino de reconocer que una entrada descontrolada y masiva de personas puede colapsar la estructura económica, social y cultural de una nación.
4. ¿Y los beneficios de la migración?
Sí, la migración puede aportar beneficios cuando se gestiona de forma racional. Algunos países como Australia o Canadá han implementado sistemas migratorios selectivos, basados en puntos, donde se da prioridad a quienes tienen capacidades técnicas, dominio del idioma, capital propio o posibilidad de integrarse de forma productiva.
Pero eso no tiene nada que ver con la migración masiva, desordenada y en muchos casos ilegal que en recientes años ha afectado a países como Estados Unidos o algunas naciones europeas. En estos casos, el coste supera con creces el supuesto beneficio cultural o demográfico.
Conclusión: proteger la soberanía es proteger la economía
La migración no es solo una cuestión de compasión. Es una cuestión de soberanía, seguridad y sostenibilidad fiscal. Abrir fronteras sin límite es entregar el control del país a intereses globalistas que buscan debilitar a las naciones y desdibujar sus identidades.
Desde Americano Libertario, defendemos el derecho de cada nación a decidir quién entra, cómo entra y cuánto puede absorber sin destruir su tejido económico y social. Los números son claros: la migración masiva no es una bendición, es una bomba de tiempo.